RESTREPO, GABRIEL
Que un pensador de Colombia medite en torno a Granada, el Ándalus y el concepto de ladino sería comprensible, ya que Colombia fue por más tiempo nombrada como Nueva Granada. Pero que tome como centro de su pensamiento el Tratado de Paz entre el reino de España y el Sultanato de Marruecos de 1767 demanda explicaciones. La más fecunda: situar como epicentro de una reflexión en torno a la idea kantiana de paz cosmopolita el cruce de fronteras erizadas de la gran topografía de la zamba de Brasil Lélia González Améfrica Ladina formulada en 1989, en el cual se tendió a dirimir por aquel tratado un diferendo milenario entre la esquina ibérica de Europa y su colindante africana por Marruecos. Imperfecto como todo tratado, empero fue una jubilar aproximación de dos pueblos tan disímiles que validaron en su tiempo la ensoñación del poeta Hölderlin de hacer de la paz una fiesta perpetua universal.
Sorpresa tras sorpresa, emergieron a partir de allí en la aventura de un pensamiento y una escritura casi tamazigh, «bárbara», insumisa y barroca, figuras y temas espectrales como un ritornelo para repensar raíces y destinos: el ilustrado Jorge Juan, embajador español en aquella labor diplomática junto a un santón y poeta de Fez, el primero decisivo en el siglo ilustrado de América Meridional; esa especie de oxímoron tan extraño que fuera José Cadalso, el «militar» letrado embelesado en el diálogo de culturas en su novela Cartas Marruecas, muerto en la defensa de Gibraltar; la posible ascendencia judía del cordobés o granadino fundador de la Nueva Granada, Gonzalo Jiménez de Quesada con su oscilación manierista entre la cordura y la demencia de El Dorado; la ascendencia canaria de Francisco Miranda, su defensa de Melilla cuando se rompió temporalmente el tratado y su diferendo trágico con el casi mantuano y por cierto «cacao» Simón Bolívar, de resultas de la cual morirá en la prisión gaditana de las Cuatro Torres; su fantasmagoría de una utópica Columbeia, debida en buena medida a la poeta esclava Phillip Wheatley; el espectro de Baruch Spinoza con su pesadilla en torno a un «negro brasileño leproso»; y aún la trasmutación novelesca del escritor en un «marrano Congo», como si emergiera de escolios marginales a la Ética del pulidor de lentes; unas independencias de las naciones de Hispanoamérica debidas al molinillo de Napoleón, pero hipotecadas desde el principio a los comandantes de Wellington.
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