PELÁEZ MARTÍN, ALEJANDRO
radicionalmente, la historiografía, ha afirmado de manera categórica que el califato terminaba en la Península Ibérica en el 1031, con la expulsión de los Omeyas. Sin embargo, esto no sucedió, la memoria del califato se conservó durante todo el siglo XI. De hecho, no desapareció ni como idea ni como proyecto político. Los soberanos del momento gobernaron como representantes de un califa (fueran los últimos omeyas de Córdoba, los Hammudíes, el falso Hisam II o el imam 'abd Allah), algo que se refleja en las titulaciones que van adoptando los gobernantes. Por otra parte, los pensadores del momento elaboraron distintos tratados sobre el imamato y discutieron acerca de quién debía colocarse a la cabeza de la comunidad como califa. La presencia del califato Hammudí en el sur peninsular hasta mediados del siglo XI da prueba de la prolongación de la institución más allá del año 1031. En definitiva, los soberanos del período se presentaban, bien como califas propiamente dichos (los Hammudíes), o si no como servidores de un califa lejano, ausente, ficticio e impersonal. El califato pudo desaparecer en la práctica pero no como marco referencial al que acudir para explicar las cuestiones de legitimidad, herencia, inercia, necesidad, etc.
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